LA PLUMA VIBRA IMPULSADA POR LA MANO FIRME QUE ESCRIBE AQUELLO QUE EN SU INTERIOR VIVE

POR LA NOCHE Y POR EL DÍA


Sospechaba que el día
se movía entre luces y marismas,
que el propio astro,
embravecía.
Y que de tanto alzarse y ponerse,
aprendió un buen día,
que en sus hermosas manos tenía,
el poder de protegerme.
Y al quedarse el día,
de luz penetrante vacía,
aparecía la luna,
embraveciendo la noche,
de toda su locura.
Mientras el sol fallecía,
ella, vestida de blanco,
rejuvenecía.
Y así…
todos y cada uno de los días.
Como estrella expectante
de tanta algarabía,
me vestía y enmudecía,
siniestra de la noche,
diestra de valor por el día.
Pues la blanca,
con su semblante embravecido,
se enfadaba tanto,
que de tan triste
yo me asustaba
y me escondía.
Un buen día,
el astro, sin saber
que sería lo que yo le respondería,
se atrevió a cogerme,
y entre sus manos,
mecerme.
Y así con sigilo,
vio como me dormía.
Un buen día,
ya de noche,
una nube escuálida,
apareció de repente,
impregnada de locura,
tal y como le enseñó
la blanca luna.
Le grité que me dolía,
que se fuera de mi vida,
entonces por fin
habló la luna
que serena y con simpatía,
me avisó que de pena
nadie ya se moría,
eso sólo ocurría
cuando a ella nadie
la quería.
Y al hablarme de muerte,
de amor, de penas y tristezas,
decidí dejar de vagar alicaída
y echarme a volar enriquecida.
Pero esta vez fue de amor,
de afecto y ternura,
como me enseñó
ese mágico día,
la blancura de mi luna.
Ahora,
si miro al día,
mi astro todavía luce,
embriagado de alegría,
y si miro a la noche
me embriago
de la magia de la divina.